lunes, 30 de julio de 2012

Violentar nuestro yo más interior…


   
El odio por las mujeres nos afecta como ningún otro, porque nos pega en nuestro yo más interior. Se ubica en la intersección entre el mundo público y el privado. La historia de ese odio puede encontrarse en sus consecuencias públicas, pero al mismo tiempo nos permite especular por qué, en un nivel personal, la compleja relación del hombre con la mujer ha hecho posible que la misoginia prosperase. En última instancia, esa especulación debería permitirnos ver que eventualmente la igualdad entre los sexos logrará desterrar la misoginia y ponerle fin al prejuicio más antiguo del mundo.
Jack Holland, 2010


Desde cualquier punto, la violencia salta a mi vista; los medios de información masiva, la prensa escrita, la radio e Internet a diario publican noticias relacionadas con actos violentos. En las familias en las escuelas y en otras instituciones del Estado, se ejerce violencia casi de “manera natural” asumiendo que de si, el ser humano nace violento. No, no estoy con esa postura, desde mi cosmovisión, la violencia primero se observa, luego se interioriza, después se práctica, se acepta, se reproduce y al final se hace parte de la vida.
Cuando abrí este blog como espacio de expresión, afirmé que me interesaba abordar el trabajo artístico que atraviesa los ejes cuerpo, arte y violencia. Me parece interesante la propuesta de resignificación que muchos artistas llevan a cabo: mediante su obra trasforman la violencia cotidiana en una acción performática cuyo objetivo es denunciar y oponerse a la propia violencia.
Como lo habrán notado, me ha interesado particularmente el trabajo de artistas que denuncian la violencia hacia las mujeres. Desde mi punto de vista violentar a una mujer, es violentar nuestro origen, nuestro “yo más interior” (algunos pensarán que escribo esto porque yo soy mujer, no, no lo soy ¿o sí? no sé, no importa). Cuando se ejerce violencia física, emocional, psicológica o económica a una mujer, se remite a la propia historia del ser humano, al devenir de muchas sociedades en las que según la tradición las mujeres son el “sexo débil”, las menos fuertes, las ingenuas, las culpables, las adulteras, las brujas, las que merecen ir a la hoguera… Y aquí es donde nace mi inquietud por reconocer a aquellas mujeres que por medio del quehacer artístico han sido firmes a sus convicciones y han rechazado el lugar común en el que la sociedad las ha ubicado.
…pero como en otras ocasiones dejaré que hoy el trabajo de las artistas diga más de lo que yo podría escribir y comparto fragmentos de una ponencia presentada el mes pasado en el III Congreso Internacional Avancesde las Mujeres en las Ciencias, las Humanidades y todas las Disciplinas


Procesos estéticos: la transformación de paradigmas y nuevos desafíos desde la mirada femenina (Fragmentos)

Para finales del siglo xviii, diversos activismos sociales y los mismos impactos de las guerras mundiales serían un cause para que el sector femenino comenzara a intervenir significativamente en producciones económicas, políticas y artísticas.
En la literatura y en otras esferas del arte es posible observar nuevas propuestas y formas de conocimiento que, a su vez, son efectos colaterales de los logros obtenidos tras las luchas sociales encabezadas por mujeres. Un ejemplo de ello es Simone de Beauvoir, quien en su obra El Segundo Sexo (1949) declara que las actividades deportivas, políticas o intelectuales llevadas a cabo por mujeres eran interpretadas como “protesta viril”. Cada vez que las féminas deseaban incursionar en ocupaciones que transgredían los dictámenes de “feminidad” eran calificadas como imitadoras del sexo masculino. Dicho texto, cabe apuntar, ha sido fundamental para la corriente feminista, ya que plantea una reconceptualización del ser mujer y de su relación con los otros; así, la autora se muestra simpatizante del feminismo que no discrimina, sino que defiende la igualdad entre géneros.
Un momento histórico importante es la entrada de Estados Unidos de América a la Segunda Guerra Mundial, pues obligó a los hombres a que abandonaran la producción nacional y abrió oportunidades para que las mujeres tomaran estos puestos. El contacto que tuvieron con la experiencia laboral les quitó el estigma del “sexo débil” y empezaron a ganar espacios en la toma de decisiones.
            Hasta ese período, la figura femenina había sido representada particularmente por el sector masculino; sin embargo, estos acontecimientos dieron la pauta para que a finales de los años sesenta, la mujer comenzara a concebir su cuerpo en el arte, desde su propia perspectiva. Un ejemplo claro es la obra de la artista norteamericana Bárbara Kruger, Your body is a battleground (1989).
Al respecto, Juan Antonio Ramírez, en su libro Corpus Solus (2003), señala que “la artista sugiere la dificultad de encontrar un territorio único para la corporeidad (y muy especialmente para la de la mujer) en la sociedad contemporánea” (Ramírez, 2003, p. 14).


(Imagen 1. Bárbara Kruger, Your body is a battleground, 1989.)

A partir de estas propuestas y luchas emprendidas por mujeres surgen grupos y movimientos alternativos en donde participan sobre todo jóvenes. Su percepción, sustentada con aparatos críticos, crea nuevas formas de representación que abogan por reivindicar y reforzar los derechos humanos. Bajo este contexto, diversos artistas se centraron principalmente en tratar temas relacionados con la opresión moral y política del cuerpo humano.
Entre las artistas representativas de dichos activismos sociales se encuentra la francesa Gina Pane. En su performance La lait chaud (Leche caliente, 1972), Pane utilizó su cuerpo como materia de arte y puso en evidencia una nueva concepción sobre la figura femenina. En esta pieza, Gina corta su cara con una navaja de afeitar y deja caer la sangre sobre su vestuario de color blanco. Al mismo tiempo que provoca repulsión en el espectador, esta obra es objeto de reflexión, puesto que desafía el concepto de belleza estética del arte tradicional, así como a los patrones de venta en la industria de los cosméticos. Ante tal provocación, la artista expresa su rechazo a una violencia contra las mujeres impulsada por ejes mediáticos. 


     (Imagen 2. Gina Pane, La lait chaud, 1972.)

Otro ejemplo que también refleja un paradigma distinto en la representación de la figura femenina es la pieza Rape Scene (1973), de la artista cubana Ana Mendieta. Su trabajo incluye la perspectiva de género y la agresión hacia las mujeres, al reconstruir y denunciar la violación y el asesinato de una de sus compañeras de la Universidad de Iowa. Este performance se montó en el departamento de la propia artista; en una habitación oscura ella se encuentra reclinada sobre una mesa con las pantaletas hasta los tobillos, mostrando la mitad de su cuerpo desnudo con huellas de sangre. Mediante una iluminación en claro oscuro enfatiza dramáticamente la escena, y a la vez alude a una situación violenta que se acentúa con elementos como platos rotos.


(Imagen 3. Ana Mendieta, Rape Scene, 1973)

La acción estética de dicho performance remite a la denuncia de una realidad social que es reinterpretada a través del arte, y las emociones provocadas por este tipo de obras en el arte operan de manera dialógica entre el espectador y el artista.
En el caso específico de México, a finales de los años sesenta del siglo pasado, se da una inflexión en el quehacer político a partir del movimiento estudiantil del 68, y de esta manera las manifestaciones artísticas adquieren un papel fundamental en la construcción de una nueva identidad cultural nacional. En ese entonces se crean proyectos de arte interactivo e interdisciplinario al interior de grupos colectivos, quienes exploran espacios de trabajo distintos a los tradicionales, como museos y galerías, ya que éstos restringían la libertad creativa y estaban sujetos a intereses de circulación y consumo.
Esta transformación dejó muy claro que los artistas estaban convencidos de que, en ciertas coyunturas socioculturales, históricas y políticas, el arte se convierte en una crítica al interior y exterior del sistema dominante, así como del arte mismo. Los artistas, en especial las mujeres, a partir de la conceptualización y producción de sus obras comienzan a expresarse libremente. Al respecto, la artista Mónica Mayer comenta:

En esta época el performance o arte-acción adquiere forma como género independiente en nuestro país, es también el momento en que las mujeres artistas empezamos a denunciar el sexismo en el arte y la sociedad, desarrollando propuestas artísticas con un fuerte contenido feminista, o como se diría hoy ‘de género (Mayer, 2004, p. 6).
  
Este tipo de arte realizado por mujeres, también se ha caracterizado por la inclusión de nuevos actores sociales y problemáticas, tales como las diferencias sexuales y de género, las relaciones de poder, entre otras. Además de que despierta el interés hacia un cambio de posición y función ente artista y espectador, propone un desplazamiento en cuanto a los soportes tradicionales del arte. De esta manera, un acto cotidiano de protesta social efectuado en un espacio público se reconfigura estéticamente.
En la Ciudad de México, en 2009, con el fin de exigir el reparto de tierras y denunciar el despojo de sus territorios originales, hombres y mujeres que conformaban un grupo de campesinos, autodenominado “Los cuatrocientos pueblos”, desnudaron sus cuerpos en un acto de protesta. En este contexto, las mujeres fungieron como actores sociales elementales, mostraron sus cuerpos desnudos al tiempo que enunciaban frases como: “Mi propósito es tener un pedazo de tierra para trabajar. No estoy aquí para que me vean las nalgas, no estoy para eso, estoy denunciando la represión que hemos vivido”1.


(Imagen 4. Mujeres protestando en “Los cuatrocientos pueblos”, 2009.)

Con respecto a estos movimientos, en el libro Escenarios liminales, teatralidades, performances y política (2007), la doctora en letras Ileana Diéguez argumenta:

Este tipo de acciones, sostenidas en el ofrecimiento del cuerpo […] configuran en el sujeto artístico un escenario corporal donde se pone en crisis a la propia materia humana, adelgazando los límites entre experiencia estética y experiencia de vida (Diéguez, 2007, p.158).

Muchas artistas, independientemente del momento histórico en el que viven, han tenido que actuar y desarrollar estrategias para sobrevivir en un ambiente hostil que se resiste al cambio. Si bien, desde hace ya varios años la lucha constante por parte del sector femenino ha impulsado importantes transformaciones en cuanto a perspectivas de género, el campo artístico, así como el de la ciencia y la tecnología, todavía tienen muchos desafíos que abordar para garantizar y reconocer la inclusión equitativa de las mujeres en su entorno social.
Es, sin duda, una realidad que estas artistas, por medio de su producción, transforman territorios simbólicos de poder y proponen nuevas formas de entender e interpretar el mundo. Al ser capaces de borrar las fronteras entre representación artística y protesta social, ellas hacen del arte un espacio que se fusiona con la vida misma.

Notas

1 El Testimonio fue publicado en el Blog Fotógrafos Mexicanos Recuperado el 27 de febrero de 2012.



Bibliografía

1. Beauvoir, Simone de (1998). El Segundo Sexo. Madrid: Cátedra. [Original en francés, Le Deuxieme sexe, 1949]

2. Diéguez, I. (2007). Escenarios liminales, teatralidades, performances y política. Argentina: Atuel.

3. Holland, J. (2010). Una breve historia de la misoginia. México: Océano.

5. Mayer, M. (2004). Rosa chillante, mujeres y performance en México. México: CONACULTA-FONCA.

6. Ramírez, J. (2003). Corpus Solus. Para un mapa del cuerpo en el arte contemporáneo, España: Ediciones Siruela.