El odio por las mujeres nos afecta
como ningún otro, porque nos pega en nuestro yo más interior. Se ubica en la
intersección entre el mundo público y el privado. La historia de ese odio puede
encontrarse en sus consecuencias públicas, pero al mismo tiempo nos permite
especular por qué, en un nivel personal, la compleja relación del hombre con la
mujer ha hecho posible que la misoginia prosperase. En última instancia, esa
especulación debería permitirnos ver que eventualmente la igualdad entre los
sexos logrará desterrar la misoginia y ponerle fin al prejuicio más antiguo del
mundo.
Jack Holland, 2010
Desde cualquier punto, la violencia salta a mi vista; los medios de información masiva, la
prensa escrita, la radio e Internet a diario publican noticias relacionadas con
actos violentos. En las familias en las escuelas y en otras instituciones del
Estado, se ejerce violencia casi de “manera natural” asumiendo que de si, el
ser humano nace violento. No, no estoy con esa postura, desde mi cosmovisión,
la violencia primero se observa, luego se interioriza, después se práctica, se
acepta, se reproduce y al final se hace parte de la vida.
Cuando abrí este blog
como espacio de expresión, afirmé que me interesaba abordar el trabajo
artístico que atraviesa los ejes cuerpo, arte y violencia. Me parece interesante
la propuesta de resignificación que muchos artistas llevan a cabo: mediante su
obra trasforman la violencia cotidiana en una acción performática cuyo objetivo
es denunciar y oponerse a la propia violencia.
Como lo habrán notado, me ha interesado particularmente el trabajo de
artistas que denuncian la violencia hacia las mujeres. Desde mi punto de vista
violentar a una mujer, es violentar nuestro origen, nuestro “yo más interior”
(algunos pensarán que escribo esto porque yo soy mujer, no, no lo soy ¿o sí? no
sé, no importa). Cuando se ejerce violencia física, emocional, psicológica o
económica a una mujer, se remite a la propia historia del ser humano, al
devenir de muchas sociedades en las que según la tradición las mujeres son el
“sexo débil”, las menos fuertes, las ingenuas, las culpables, las adulteras,
las brujas, las que merecen ir a la hoguera… Y aquí es donde nace mi inquietud
por reconocer a aquellas mujeres que por medio del quehacer artístico han sido
firmes a sus convicciones y han rechazado el lugar común en el que la sociedad
las ha ubicado.
…pero como en otras
ocasiones dejaré que hoy el trabajo de las artistas diga más de lo que yo
podría escribir y comparto fragmentos de una ponencia presentada el mes pasado
en el III Congreso Internacional Avancesde las Mujeres en las Ciencias, las Humanidades y todas las Disciplinas
Procesos estéticos: la
transformación de paradigmas y nuevos desafíos desde la mirada femenina
(Fragmentos)
Para finales del siglo xviii,
diversos activismos sociales y los mismos impactos de las guerras mundiales
serían un cause para que el sector femenino comenzara a intervenir
significativamente en producciones económicas, políticas y artísticas.
En la literatura y en otras esferas del arte es posible observar nuevas
propuestas y formas de conocimiento que, a su vez, son efectos colaterales de
los logros obtenidos tras las luchas sociales encabezadas por mujeres. Un
ejemplo de ello es Simone de Beauvoir, quien en su obra El Segundo Sexo (1949)
declara que las actividades deportivas, políticas o intelectuales llevadas a
cabo por mujeres eran interpretadas como “protesta viril”. Cada vez que las
féminas deseaban incursionar en ocupaciones que transgredían los dictámenes de
“feminidad” eran calificadas como imitadoras del sexo masculino. Dicho texto,
cabe apuntar, ha sido fundamental para la corriente feminista, ya que plantea
una reconceptualización del ser mujer
y de su relación con los otros; así, la autora se muestra simpatizante del
feminismo que no discrimina, sino que defiende la igualdad entre géneros.
Un momento histórico importante es la entrada de Estados Unidos de América
a la Segunda Guerra
Mundial, pues obligó a los hombres a que abandonaran la producción nacional y
abrió oportunidades para que las mujeres tomaran estos puestos. El contacto que
tuvieron con la experiencia laboral les quitó el estigma del “sexo débil” y
empezaron a ganar espacios en la toma de decisiones.
Hasta ese período, la figura femenina había sido
representada particularmente por el sector masculino; sin embargo, estos
acontecimientos dieron la pauta para que a finales de los años sesenta, la
mujer comenzara a concebir su cuerpo en el arte, desde su propia perspectiva.
Un ejemplo claro es la obra de la artista norteamericana Bárbara Kruger, Your body is a battleground (1989).
Al respecto, Juan Antonio Ramírez, en su libro Corpus Solus (2003), señala
que “la artista sugiere la dificultad de encontrar un territorio único para la
corporeidad (y muy especialmente para la de la mujer) en la sociedad
contemporánea” (Ramírez, 2003, p. 14).
(Imagen 1.
Bárbara Kruger, Your body is a
battleground, 1989.)
A partir de estas
propuestas y luchas emprendidas por mujeres surgen grupos y movimientos
alternativos en donde participan sobre todo jóvenes. Su percepción, sustentada
con aparatos críticos, crea nuevas formas de representación que abogan por
reivindicar y reforzar los derechos humanos. Bajo este contexto, diversos
artistas se centraron principalmente en tratar temas relacionados con la
opresión moral y política del cuerpo humano.
Entre las artistas representativas de dichos activismos
sociales se encuentra la francesa Gina Pane. En su performance La lait chaud (Leche
caliente, 1972), Pane utilizó su cuerpo como materia de arte y puso
en evidencia una nueva concepción sobre la figura femenina. En esta pieza, Gina
corta su cara con una navaja de afeitar y deja caer la sangre sobre su
vestuario de color blanco. Al mismo tiempo que provoca repulsión en el
espectador, esta obra es objeto de reflexión, puesto que desafía el concepto de
belleza estética del arte tradicional, así como a los patrones de venta en la
industria de los cosméticos. Ante tal provocación, la artista expresa su
rechazo a una violencia contra las mujeres impulsada por ejes mediáticos.
(Imagen 2. Gina Pane, La lait
chaud, 1972.)
Otro ejemplo que también refleja un paradigma distinto en la representación de la
figura femenina es la pieza Rape Scene (1973),
de
la artista cubana Ana Mendieta. Su
trabajo incluye la perspectiva
de género y la agresión hacia las mujeres, al reconstruir y denunciar la
violación y el asesinato de una de sus compañeras de la Universidad de Iowa. Este performance se montó en el departamento de la propia artista;
en una habitación oscura ella se encuentra reclinada sobre una mesa con las
pantaletas hasta los tobillos, mostrando la mitad de su cuerpo desnudo con
huellas de sangre. Mediante una iluminación en claro oscuro enfatiza
dramáticamente la escena, y a la vez alude a una situación violenta que se
acentúa con elementos como platos rotos.
(Imagen 3. Ana
Mendieta, Rape Scene, 1973)
La acción estética de dicho performance remite a la
denuncia de una realidad social que es reinterpretada a través del arte, y las
emociones provocadas por este tipo de obras en el arte operan de manera
dialógica entre el espectador y el artista.
En el caso específico de México, a finales de los años sesenta del siglo
pasado, se da una inflexión en el quehacer político a partir del movimiento
estudiantil del 68, y de esta manera las manifestaciones artísticas adquieren
un papel fundamental en la construcción de una nueva identidad cultural
nacional. En ese entonces se crean proyectos de arte interactivo e
interdisciplinario al interior de grupos colectivos, quienes exploran espacios
de trabajo distintos a los tradicionales, como museos y galerías, ya que éstos
restringían la libertad creativa y estaban sujetos a intereses de circulación y
consumo.
Esta transformación dejó muy claro que los artistas estaban convencidos de
que, en ciertas coyunturas socioculturales, históricas y políticas, el arte se
convierte en una crítica al interior y exterior del sistema dominante, así como
del arte mismo. Los artistas, en especial las mujeres, a partir de la
conceptualización y producción de sus obras comienzan a expresarse libremente.
Al respecto, la artista Mónica Mayer comenta:
En esta época el
performance o arte-acción adquiere forma como género independiente en nuestro
país, es también el momento en que las mujeres artistas empezamos a denunciar
el sexismo en el arte y la sociedad, desarrollando propuestas artísticas con un
fuerte contenido feminista, o como se diría hoy ‘de género (Mayer, 2004, p. 6).
Este tipo de arte realizado por mujeres, también se ha
caracterizado por la inclusión de nuevos actores sociales y problemáticas,
tales como las diferencias sexuales y de género, las relaciones de poder, entre
otras. Además de que despierta el interés hacia un cambio de posición y función
ente artista y espectador, propone un desplazamiento en cuanto a los soportes
tradicionales del arte. De esta manera, un acto cotidiano de protesta social
efectuado en un espacio público se reconfigura estéticamente.
En la Ciudad de México, en 2009,
con el fin de exigir el reparto de tierras y denunciar el despojo de sus territorios
originales, hombres y mujeres que conformaban un grupo de campesinos,
autodenominado “Los cuatrocientos pueblos”, desnudaron sus cuerpos en un acto
de protesta. En este contexto, las mujeres fungieron como actores sociales
elementales, mostraron sus cuerpos desnudos al tiempo que enunciaban frases
como: “Mi propósito es tener un pedazo de tierra para trabajar. No estoy aquí
para que me vean las nalgas, no estoy para eso, estoy denunciando la represión
que hemos vivido”1.
(Imagen 4. Mujeres protestando en “Los
cuatrocientos pueblos”, 2009.)
Con respecto a estos movimientos, en el libro Escenarios
liminales, teatralidades, performances y política (2007), la doctora en letras Ileana Diéguez argumenta:
Este tipo de
acciones, sostenidas en el ofrecimiento del cuerpo […] configuran en el sujeto
artístico un escenario corporal donde se pone en crisis a la propia materia
humana, adelgazando los límites entre experiencia estética y experiencia de
vida (Diéguez, 2007, p.158).
Muchas artistas,
independientemente del momento histórico en el que viven, han tenido que actuar
y desarrollar estrategias para sobrevivir en un ambiente hostil que se resiste
al cambio. Si bien, desde hace ya varios años la lucha constante
por parte del sector femenino ha impulsado
importantes transformaciones en cuanto a perspectivas de género, el campo
artístico, así como el de la ciencia y la tecnología, todavía tienen muchos
desafíos que abordar para garantizar y
reconocer la inclusión equitativa de las mujeres en su entorno social.
Es, sin duda, una realidad que estas artistas, por medio de su producción,
transforman territorios simbólicos de poder y proponen nuevas formas de
entender e interpretar el mundo. Al ser capaces de borrar las
fronteras entre representación artística y protesta social, ellas hacen del
arte un espacio que se fusiona con la vida misma.
Notas
1 El Testimonio fue publicado en el Blog Fotógrafos Mexicanos Recuperado el 27 de febrero de 2012.
Bibliografía
1. Beauvoir, Simone de (1998). El Segundo Sexo. Madrid: Cátedra.
[Original en francés, Le Deuxieme sexe,
1949]
2. Diéguez, I. (2007). Escenarios liminales, teatralidades,
performances y política. Argentina: Atuel.
3. Holland, J. (2010). Una breve
historia de la misoginia. México: Océano.
5. Mayer, M. (2004). Rosa chillante, mujeres y performance en México. México:
CONACULTA-FONCA.
6. Ramírez, J. (2003). Corpus Solus. Para un mapa del cuerpo en el arte contemporáneo, España: Ediciones
Siruela.